La paloma torcaz (Columba palumbus), deleite de cazadores, castigo de agricultores y ahora vecina urbanita de los cordobeses.
Es un ave prácticamente conocida por todo el mundo, aunque no se considere en exceso valorada, quizás por su semejanza a nuestro paloma doméstica, prima cercana de la paloma bravía (Columba livia); por no ser un ave escasa, aunque lógicamente tiene sus vaivenes poblacionales; o por no tener un vistoso y colorido plumaje.
Una vez más no deja de asombrarme como un animal que en la naturaleza se muestra sumamente desconfiada y esquiva, desapareciendo al primer atisbo de intromisión humana, se deje ver en la ciudad plenamente confiada entre viandantes, tráfico y demás algarabías urbanas; y todo esto en un tiempo mínimo de varios años.
El punto ha llegado a que no esté solamente cómoda entre nosotros, sino que también críe y saque sus polladas al igual que sus primas domésticas. Eso sí, haciendo el nido con escasos palos en árboles y no en oquedades arbóreas o de construcción humana. Prueba de ello es que se pueden ver nidos del año anterior cuando se desnudan nuestros árboles en otoño, aunque alguno que otro se puede ver también en época de cría tras un mínimo seguimiento.
Podríamos decir que la mejor forma de distinguirla es por su gran tamaño, teniendo una envergadura unos diez centímetro mayor que la de la paloma doméstica, así como unas plumas blancas que posee a ambos lados del cuello.
Pues bien, visto lo que hay, creo que bien merece gastar una segunda mirada cuando junto a nosotros veamos pasar volando, picando en el cesped o arrullando en el árbol una paloma. Quizás nos llevemos una grata sorpresa.
(Pedro Gil Contreras)