En lo que llevábamos allí, una amiga y yo habíamos estado observando ánades reales, martinetes, garcillas, gaviotas sombrías, alguna que otra garza real, y numerosos bandos de estorninos y grajillas, en fin, lo normal en la zona que estábamos. Lo que no sabíamos era que más adelante, aquella desapacible tarde de lluvia nos iba a ofrecer algo no tan habitual.
Y es que ya empezaba a hacerse de noche cuando de repente, una silueta distinta hizo aparición en el encapotado cielo de ayer tarde. Nos preguntamos qué sería, qué era…pues se trataba de un ¡morito! Por un instante el frío y la lluvia desaparecieron de nuestra percepción. La emoción era evidente. Pero lo mejor estaba aún por llegar, cuando poco tiempo después se le unieron a nuestro morito cuatro más de su especie. Sí, teníamos un bando de cinco moritos sobrevolando por encima de nosotros.
Desde luego fueron momentos de gran entusiasmo. Buenos ratos que la naturaleza nos brinda y que con el paso del tiempo he aprendido a valorarlos como realmente se merecen.
Prismáticos en mano, ya lo siguiente fue disfrutar del momento y de aquella emocionante e inesperada visita. Y todo ello en un bonito lugar. Un lugar al abrigo de sauces y eneas a orillas del Guadalquivir….
(Adrián Bascón)